“Para un habitante de Nueva York, París, o Londres, la muerte es la palabra que jamás se pronuncia porque quema los labios.
El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de otros; más al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía:
‘si me han de matar mañana, que me maten de una vez’.”
El Laberinto de la Soledad, 1950.